Recepción
Recepción
Te niego la pena de contemplar mis ojos ciegos,
mujer fría;
me niegas el delirio de desvelar la tristeza
que Cristo sembró en tu mirada,
mujer que otea, entre neblinas,
las sombras deambulantes de las querellas
que pueblan
la otra cara del muro;
me brindas
la elegía del rezo que mi esperanza abandonó;
te procuro
un lugar cercano al cielo,
un subrepticio consuelo
que siempre habrás de ignorar.
Te niego
en el sombrío coro de una apología desilusionada;
me niegas
profiriendo una palabra
cuya calidez
no está destinada
para mí.
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