Ecce homo

Ecce homo

Bello ángel infernal,
que arropaste la tristeza de éste infelice,
en tu mirada
contemplé la compasión de un pecado;
y, sentí
que moría ahogado 
en tu valle de penumbras;
adolecido, desesperanzado,
trémulo,
rendido a la sombra de mi condena,
invoqué tu presencia,
con el rezo de un suspiro
que ya nada desea,
que ya nada extraña,
que ya nada recuerda;
vertiginosas pupilas gélidas
redentoras de la voluntad,
en ti 
sepulté mi alma,
y a tu honor
crucifiqué mi nombre.

Bello ángel infernal,
a merced de tu bondad,
lastré mis alas,
y descubrí lo que el corazón de Cristo callaba.

El cielo está de luto,
ha nacido un hombre
que cuenta sus días para morir.

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