De pocas palabras (61-80)

De pocas palabras (61-80)

61

Cuántas veces,
disuadió Dios
a Cristo
de cometer suicidio;
tan sólo, para matarle después.

62

Linda agonía
era zozobrar ante el futuro,
y no el saber
que cada día
pudiese ser el último.

63

En el beso de la muerte
encontré los piadosos labios del lamento.

64

Y los retratos
rinden sus rostros al suelo;
ofrendando un perdón
por el recuerdo grato,
de un ayer
que no ha de volver.

65

Las lágrimas de Cristo
confiesan el dolor
de su peor calvario:
haber deseado
una muerte tranquila
en la que María
no culpase a Dios.

66
Felicidad causa de desdichas;
desgracia de María
haber tenido a Cristo,
sólo para verlo morir
entre sus brazos;
ofrendar un corazón
para redimir
una culpa ajena.

67

Cristo no es el único hijo de Dios
que sufrió
a costa de los demás;
mas,
pareciere ser el único en tener nombre.

68

Versos de penitencia
por la pena
de ufanarse de ser el único quien sufre;
escozor de redención
por percatarse no serlo.

69

Vivir es una vanidad
que no cualquiera puede darse,
que no cualquiera desea hacerlo.

70

No me gustaría ser remplazado al morir.

71

En el eco de un sueño
encontré el llanto de un desolado,
abatido Cristo.

-He muerto por ti.

En las lágrimas de un insomne corazón,
encontré la penitencia de mi mayor pecado.

-Lo lamento;
mas, no puedo seguir soportando
más culpas.

72

Subrepticio silencio,
mohína barahúnda de Dios
que soterra y propala
la ignominia, escozor,
cuita, grima
por no ser sus hijos
lo que él esperaba,
incluso aquel en que tenía mayor esperanza.

73

Cuando la voluntad se diluye en lágrimas,
y se deshoja con suspiros,
decanta el calvario del mirar ajeno
la vacua plegaria de un Cristo sin fe.

74

Lucifer soñó entre lágrimas ser Cristo;
Cristo lloró en sueños por verse morir.

75

Litúrgico lamento penitente el hacer de tu dolor míseros versos.

76

Ahorro sólo lo suficiente para mi funeral.

77

El eco de los versos de una muerte, confesome el pecado que sufre Dios.

78

Piadosa es el alma que sólo llora en sueños.

79

Qué será de Dios llegado el día en que, incluso, las plegarías, duden de para quien cantan.

80

El llamado del teléfono me informó de otra muerte.
Su nombre sonaba al que fuese el mío;
quizá lo hubiere sido;
y no ahora el ser que vivo;
que reza por aquellos
que murieron
en su lugar.

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