Alma

Alma

Lo siento.
Sé que prometí
en honor a la memoria del nombre que perdí,
no escribirte
de nuevo;
mas, al menos,
permíteme socorrer a tus brazos
durante esa hora tenebrosa
en que el diablo llora,
y tañen sus lágrimas
las penas del cielo;
durante ese amedrentador momento
en que Dios habla
sólo para decir
que pese a los rezos
habremos de sufrir;
durante ese parpadeo
en que el mirar del silencio amenaza
con partir;
cuando me domina el miedo
de perderme;
cuando el viento canta tu voz;
cuando el mañana confiesa
no tener deseos de regresar;
cuando el ayer sólo piensa
en morir;
cuando los días 
están exhaustos, incluso por sus suspiros;
cuando la vida
se percata de su insondable soledad.


Permíteme el abrigo de tu recuerdo,
el mismo ajado
que siempre abrazo
para conciliar mis sueños.

Permíteme el marchito canto de tus palabras,
ese mismo que entona la lluvia
al umbral
de su luto.

Permíteme la fe
en la triste mentira
de creer
que aún me escuchas.

Permíteme la última voluntad
de pecar,
pensando
en que volveremos a vernos. 

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