A la bondad aherrojada en un nombre

A la bondad aherrojada en un nombre

Como quien de su voz
pierde la esperanza, 
y en sus palabras,
tan sólo encuentra suspiros,
este mísero intento 
de cenicienta epístola te escribo; 
quizá errante, vagaroso, 
perdido;
mas, siempre portando una vieja, 
marchita disculpa, 
que sirva de excusa; 
y el recuerdo 
de una noche ciega 
que teme al olvido; 
nocturna misericordia, 
anomia que extraña,
mas,
no llora,
por su sueño abandonado.

Espero puedas perdonarme,
por la repugnante melancolía
de las mohínas palabras
que siempre te dedico.

Abril de calendario ajeno,
en el silencio de tus primaveras,
escucho el palpitar
de tu afable corazón;
el recuerdo del canto ledo
de aquellos versos 
que jamás escribí;
la humana piedad
que Dios nunca abrazó.

Bien tú sabes,
que ella,
en mis sueños aún se presenta;
besando, sus labios,
la pena de un cigarrillo,
litúrgica caridad
sin devoción;
y su mirar,
socorre, en la niebla,
a letra de una canción de otoño;
sin ser consciente
del concento de lágrimas,
que tañen la mísera peripecia
de un mal correspondido amor;
siempre distante,
siempre indiferente, 
siempre inmutable.

Golondrina de humo,
que se esfuma 
ante el frío de la lluvia;
portas,
en la fenecida voluntad
de tus lúgubres alas,
una condena de eterno quebranto;
sin caricias,
sin besos,
sin sollozos,
sin hálito;
y en la sombra de tus ausentes ojos,
la penumbra
de una durmiente esperanza,
que guarda efímero luto 
al día que partió,
e invita a soñar con el anhelo,
de que al alba,
el dolor,
también lo habrá hecho.

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