La primera

La primera
No deseaba hacerlo, 
mas me vi obligado por el miedo,
un pulsante, 
estridente, 
exterminador temor,
que consume del mundo su fulgor
con tan sólo el feble
suspiro de la desilusión;
no pensaba hacerlo,
mas no quería que arribara tal momento,
no estaba preparado para un nuevo luto
de un viejo yo.
El cansancio 
era no más que una fútil indiferencia;
el hastío de recordar una amada esperanza;
el escozor, la memoria de un adicto,
mohíno, cálido dolor;
el desprecio, repudio,
del goce de un longevo letargo;
la gemebunda tristeza de una mal correspondida alegría.

No deseaba hacerlo,
mas el hombre,
portador de mi falso porvenir,
me lo pidió;
encontré en su inocente condena,
las palabras por las cuales vagaban,
dos viejas, 
exhaustas, ciegas, mudas lágrimas,
en víspera de acariciar una olvidada dicha.
Me rehusaba a no hacerlo,
mas en las palabras de ella
encontré el añorado consuelo,
el retrato del desconocido,
la voz del reprimido,
el sufrir del onírico.

No deseaba hacerlo 
mas mis palabras
emprendieron su endeble vuelo,
con necesidad de ser socorridas,
abrazar sus oídos,
no ser prisioneras del olvido;
hacia ella se dirigieron,
como una confesión al viento,
tan solo un eco más,
de quien escucha los susurros del silencio,
de quien se pierde en la penumbrosa pupila del vacío,
de quien emprende el camino del descenso al infierno del yo.

Quizá, no deseaba hacerlo,
sus palabras buscaron consejos
en el silencio del tiempo,
retornando
la culpable, huraña epístola 
de lascivos tormentos;
con igual miedo,
sus palabras a mí se dirigieron,
como un secreto,
de una verdad lacerante,
errantes,
tristes,
desoladas;
busqué en sus ojos la
certeza de sus palabras,
contemplando una conocida mirada;
sus palabras pretendían ser piadosas,
mas no mintieron;
en sus ojos, mis esperanzas se perdieron,
me percaté que todo el mundo está enfermo.

Ella es la primera
a quien mis tinieblas ofrezco.

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