A un ángel

A un ángel
Magno vacuo decoro posee el ángel
por recibir lisonja, honor, orgullo;
por el ser lo que es
y no por lo que desea;
por placer ordenes
y no por valía, 
vigor, fervor, osadía;
por ser de la dicha desterrado,
y, pese a ello,
mantenerse obstinado
en su guajiro anhelo de exoneración,
perdón;
en infame llanto ahogado, 
de ruines faltas,
injustos castigos,
culpas, 
remordimientos,
de adusta compasión recibidos.

Altivo, fatuo amor posee el ángel,
por ser apreciado, respetado, reconocido,
en nombre de la benevolencia
de un quimérico milagro
y no por el dolor, 
fruto de sus actos.

Incomprensible ángel,
longevo extranjero,
que por piedad, misericordia, se humaniza,
con desesperante necesidad
del fulgor de abrigo
ante el gélido vacío.

Mísero heraldo del silencioso sufrir,
mendigo de fútiles bondades,
que se disipan en 
tu pronta ausencia;
portador de hirientes sentimientos
que se marchitan en pos de tu neblinoso recuerdo;
fuiste abandonado,
con el egoísmo de difundir
la palabra del divino castigo,
de exhibir la ira del rencor,
de mostrar lo inquina que es la vida,
de propagar el miedo ante el prorrumpir;
fuiste traicionado, lastimado
para sublimar a los demás,
para apreciar en tu sufrir 
su alegría;
mas para tu mala fortuna,
ni siquiera ello fue logrado,
pues en un mundo hundido en penumbras,
ni siquiera el silencio se escucha.

Llora, mohíno ángel,
llora en compañía del mundo,
llora en soledad.

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