¿Por qué a ella?

¿Por qué a ella?

Será mejor que reserves la modestia de una irónica cortesía, fétida del ardid halagüeño de falaz solaz, nutrido por un sueño huraño, jamás complacido, de sufrimiento ajeno. 

No, no eleves tu orgullo victorioso a campos de orquídeas gloriosas ante el derrocamiento de un medroso, pusilánime, mohíno espíritu; de sobra sabes bien, mis palabras no tendrían tu destinatario, si no sirviesen de amparo de la cerril voz; cuyo silencio, siempre ha tenido la sempiterna devoción, de interceder por mí, ante ti; sabes que quien ha sido víctima de tus escarnios, no debe más lealtad que a la soledad. 

Pese a ello, sea bien recibido el intento de avenir nuestros sórdidos silencios.

No pretendo obtener algo de ti, mas siempre es necesario hablar al olvido y pensar que se es escuchado. Tú callas por no saber que responder, mi voz nunca desea ser resarcida.

Nunca he poseído gran certeza de cuándo han estado más cerca, los labios de la muerte, de esfumar mi inocencia; mas, cuando por devaneo, sentí la caricia de su pío y apasionante suspiro, no correspondí a su amor, no contemplé mi existencia; jamás a vivir he aprendido. Sin embargo, cuando los labios deseados no eran los míos, sino los suyos, aprecié el longevo letargo del mundo.

¿Por qué a ella?
Si su actuar, siempre ha sido guiado, por tu lacerante voluntad.
Si su único fin, siempre ha sido la caridad.
Si siempre ha tenido la célica bondad de ahogar sus lágrimas para evitar a otros lastimar.
Si es capaz de renunciar a sus pocos restos de dicha, si se le es ordenado.
Si por causa tuya todo lo ha perdido y, a pesar de ello, nunca te ha odiado.
Si los fantasmas de sus recuerdos le amedrentan, mas nunca en ti, pierde la esperanza.
Si vive presa de tu promesa de una vida nueva.
Si tu palabra opaca su voz.
Si sólo ha sufrido por tu amilanado amor.

¿Por qué no le amas como se lo merece?
A quien engaño, nadie puede; al final, todo sólo es dengue.

Estas palabras son más mías que de su memoria.

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