Confesión a una ilusión

Confesión a una ilusión

No me odies por lo mustia, 
adusta, fría que resulta
mi vil cortesía.
No te menosprecies, 
a mi silencio no malinterpretes;
no consideres
que poco grata me es tu compañía,
es tan solo que el hombre que de la vida porfía,
cansado está
de generar heridas, 
siendo incapaz de curar las suyas.

No te aflijas ni de tu nobleza te avergüences,
si mis palabras son tajantes y nada alegres,
comparadas con las tuyas;
es tan solo que el hombre que ha perdido todo,
cansado está de pedir deseos al mar;
percatándose,
lo inútiles que son las palabras
para hablar.

No me juzgues, matices,
de arrogante, altivo,
si a la cita de tu mirar no asisto,
si a tu interés no correspondo,
si a tu caridad maltrato,
si te decepciono;
es tan solo
que el hombre que por desgracia 
al amor conoció,
prisionero de un ledo letargo quedó;
asesinando la vida.

No malgastes en mí, tu primavera,
ilusión querida;
tu inocencia bella
no florecerá en el invierno desolado
que por devoción al recuerdo de un sueño,
con recelo, en mi corazón guardo.

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