Sollozos que destruyen mundos

Sollozos que destruyen mundos

El teléfono llama; la mujer atiende su petición de compasión, deciden mantener una confesión, una conversación privada; mas, ella se encuentra sumisa ante el sermón del auricular; presa, destinada a ser la eterna escucha, sucumbe, desiste ante el silencio; propagando, en pos de sí, su mortalidad.

El abrumador, agobiante, canto de la nada, expande sus dominios, invadiendo, penetrando en mi recinto contiguo. En sus graves notas cabalgan los tormentos del endeble ser, los fantasmas de las desgracias, los recuerdos lascivos, hirientes, lacerantes, de desgracias que no han presenciado ningún alba ni ocaso, que desafían el paso de los días, que asesinan los relojes de la memoria. El ruido se magnifica, la voz de la muerte es más estridente; el santuario comienza a desmoronarse, enormes pilares renuncian a sus vidas, quebrantándose ante la resignación de la inquina, temeraria vida, dejando tan solo el vestigio del olvido que siempre fueron. El santuario se derrumba, polvo de ilusiones mal correspondidas, emprende su vuelo, con víspera de pronto perderse eternamente en compañía del viento. El ser se mantiene inerte, inerme, desprendido de sí mismo; desde su trono aprecia con falsa mirada como todo lo que había tardado toda una vida en construir, lo destruye sus más afables, queridos suspiros.

Los oídos por amor dejan de escuchar; las voces deciden callar. El silencio demuestra una vez más que las palabras nacieron para él.

Creí haber estado preparado, haber aceptado que pronto llegara el momento. 

El deseo es remordimiento, el sueño pesadilla.

La mujer solloza, mi mundo se derrumba.

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