Duelo

Duelo

El cielo presencia un mal presagio, toma distancia del tiempo, su futuro es presente; comienza a llorar por impotencia, el miedo le consume, pareciera estar a punto de desistir, se viste de tristeza.

Dos personas conciben un encuentro mutuo; la casualidad no fue la responsable de forjar su vínculo, tan solo fue la lealtad a un contrato de pasiones.

Él se mantiene inmutable, indiferente ante el porvenir; ella, por el contrario, muere bajo silencio; sus angustias, inseguridades, le perforan el espíritu; contiende una fútil batalla, pues el porfiar no le entregará los cálidos días que se esfumaron. Pese a ello, se obstina en el torturador intento de disimular; sin embargo, el extinguir los sentimientos nunca fue virtud suya. De nuevo sus ojos le traicionan, le delata su desconsoladora mirada, la pena que su existencia le condenó, el suplicio que le resulta insoportable ante su agonizante ser. Las lágrimas que abrazan con fuerza sus pupilas comienzan a desprenderse, dejando tras de sí el augurio de una miserable desgracia. 

Ella decide no afrontarlo, evadiendo su mirada, postrando la suya en la abominable nada; sus ojos no le sirven más, dejaron hace tiempo de contemplar la existencia de su entorno, solo evocan paisajes de tierras indomables. Él se mantiene apreciándola, observando cada detalle que le reviste; sin embargo, el placer ya no le domina, le contempla con la resignación de quien ha teñido su vida con sangre de esperanzas, como aquel que ha aprendido que la ausencia de dichas engendra alegrías, como quien ha aprendido a ser feliz en la desolación.

La distancia se acrecentó, el frío comienza a arder, él lo comprende, y le dirige sus palabras en vísperas del umbral de la última despedida:

-¡Bang, Bang!, te he disparado; estás a punto de morir, la muerte te regala el privilegio de hacer tres preguntas.

Sorprendida y poseída por repudio, desprecio y desesperación, emprende de nuevo su intento de control.

-¿Por qué lo hiciste?- su voz comienza a quebrantarse.

-Estaba confundido.- Con solemnidad, espera la llegada de la siguiente.

-¿A qué te refieres?- su voz se convierte en heraldo de furia.

-No estaba seguro de si te necesitaba en mi vida.

La tristeza le invade. Sus parpados ocultan sus ojos. Las lágrimas fluyen sin mesura, con fuerza desmedida.

-¿Qué intentas decirme?- su voz, como suspiro de viento, calla eternamente.

-Estaba de ti enamorado.

El emprende su retorno, pierde sus pasos con la voz de las gotas desertadas del cielo. Ella, se rinde ante el mundo, el cielo acompaña su llanto. Ella no fue lo suficientemente rápida para disparar primero. Él se ha condenado a la eterna compañía de su fantasma.

Una vez más, el despiadado amor reclama las vidas del pacto.

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