El burdel de las esperanzas

El burdel de las esperanzas

Regreso al sanatorio cada ocasión en que recuerdo mi incapacidad de olvidar algo, cada noche en que la vigilia no sucumbe ante la noche, cuando los parpados no son suficientes para oscurecer el día, cuando es primordial una dosis de analgésicos que asesinen sin piedad al mundo.

Regreso al sanatorio cuando el ser empapado por el diluvio necesita encontrar calor que lo seque antes de disolverse, cuando las tinieblas interiores ya no arden con la misma intensidad y beberlas es la receta que permite cicatrizar heridas.

Regreso al sanatorio de luces incandescentes, a la taberna de tinieblas, el juego de miserias, al bulevar de soledades, el banco de falsas alegrías, con la pretensión de haber olvidado lo imposible, evadiendo toda posible alegoría al motivo que impulsó mi senda, con la falsa promesa de dominar a la dicha, con la disposición de firmar el contrato que prometa una vida, sin importar precio alguno.

Regreso a la feria de las lujurias, el carrusel de las emociones, la ruleta de las falsas suertes.

Preso por el entusiasmo y avergonzado por mi decadencia, tomo con afán y orgullo la tarea de maquillar mi imagen: sacudiendo polvos de desgracias, reordenando prendas de voluntad, limpiando lagrimas de cobardía, haciendo sonreír el rostro de la tristeza. Sin apreciar los desalentadores resultados de mi inútil labor, guiado por afanosos augurios, vísperas, aprecio la inmensidad del cosmos, la solemne hermosura de sus estrellas, llenas de vida aun después de la muerte, irradiando fulgores cegadores. Hipnotizando con movimientos armoniosos, algunos simples como su cadencia, otros que requieren mayor maestría, todos desbordantes de estilo, seguridad, una belleza tan natural que encela al universo, marchita cualquier flor, ruboriza la solemnidad, flagela cualquier monumento. Todas ellas danzando como notas al mismo compás, sin siquiera ser notado por las más candorosas o tomado en consideración por las más endemoniadamente vanidosas. Todas ellas tan cercanas, y distanciadas por inmensos abismos que cava la cobardía en el ser y poco posibles son de recompensar.

Inerte por la incompetencia, solo me atrevo a apreciarlas, apreciar sus aureolas, sus perfectas figuras, que trazan la vida soñada, exonerada de todo fracaso, una vida en donde la caja nunca fue abierta. Las aprecio y me pierdo en sus perfecciones, en la hermosura incondicional, inconmensurable, hasta llegado el momento en que el tajante recuerdo de lo imposible parte al espíritu, dejando cristales celestes de adictiva nostalgia, hasta que el remordimiento hace acto de presencia y la mirada con desesperación intenta evitarla, mas es imposible que la película de la desdicha no se rebobine y sea apreciada. 

Ante el momento del quebranto es cuando acude su amado el consuelo, es en ese momento donde una hermosura se apiada de mí o al menos se empeña en fingirlo. Comienza a introducirme en un juego de palabras sinceramente insípidas, un juego el cual al recién haber llegado contaba con gran ímpetu por jugar, mas no en esas circunstancias en las que el ser se ve engañado por su memoria y transfigura la realidad en un recuerdo, no cuando no se es posible ser otro jugador que no sea el propio ser, no en el momento en que inclusive resulta imposible ser uno mismo. En la conversación de intereses disfrazados, la endemoniada lindura comenzó a metamorfizarse: su mirada resultaba triste, sin embargo, sus pupilas expedían un llamarada inextinguible, despertando la pasión, marcando el verdadero inicio del juego, engendrando interés, mas presentía conocer todo respecto a ella, que ella era algo que siempre conocí y de manera absurda intentaba olvidar. Ella al notar el exponencial incremento del interés, intentó tomar la pauta del juego y guiarme al próximo nivel, mas mi ser se adelanto a sus planes al apreciar la sonrisa que se esbozó en ella, una sonrisa tatuada en la piel del recuerdo, una sonrisa que había archivado mi pupila y guardado en el álbum de fotografías. Ella había dejado de ser ella y había pasado a ser lo imposible. Mi ser tras apreciar la sonrisa, le expresó la necesidad de perderse, acariciar, gozar, dar placer a su cuerpo, a lo cual ella sugirió que pactásemos una triada, no obstante mi ser le replicó, argumentando que no era necesario, puesto que con ella lo tenia todo. Reaccionó su mirada reflejando asombro, sin embargo su rostro volvió a esbozar la sonrisa de la fotografía que sin percatarse aceptaba el cumplido involuntario.

Llegado el momento, mi ser se hizo preso de ella, perdiéndose en la perfección de su figura, acariciando cada mínimo detalle, saboreando, degustando en ella el placer de la felicidad, perdiéndose en la inmensidad de su ser, tratando con esmero y dedicación, abarcar la grandeza de la dicha sin ser tesonero y extinguirla por completo. Encontrando en su sedoso pergamino pasajes de placer que no eran permisibles a simple vista. Complementando versos de lujuria con devoción que permitiesen fundir los seres, al momento de escribirlos y recitarlos. Danzando de manera armoniosa, tratando de invocar al placer supremo, mas implorando que demorase una eternidad. Disfrutando cada momento. Olvidando por completo la existencia encontrada más allá de ellos, disfrutando el sueño, la felicidad efímera.

Lograda la dicha deseada, ella volvió a ser ella, la lluvia volvió a caer, el recuerdo volvió a atormentar, la fotografía se desvaneció, la tristeza retomó el imperio, el remordimiento, la culpabilidad y demás miserias volvieron a proliferar.

Todas las noches son las mismas. Todas ellas diferentes terminan por ser la misma. Quizá esto no sea lo correcto, pero solo reclamamos un poco de nuestro derecho a la felicidad. Ellas hacen su trabajo y yo... al igual que cualquiera... no deseo sufrir.

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