Apocalipsis

Apocalipsis

“La vida no es más que el cúmulo de experiencias personales. El mundo no es más que la percepción de cada observador”

Doc.Mundus

El mundo pareciera estar cansado, exhausto, desmoronado por lo trivial, absurdo monótono; flagelado por el tormento de orbitar en contra de su voluntad, hacia el mismo destino, el mismo lugar, la misma posición. El mundo pareciera desear consumirse, perderse, enlazarse, vincularse con la predominante nada del vacío cosmos. Abrumado por las fuerzas impetuosas ajenas, busca consuelo en la cándida, amable, noble Luna; abrazando su presencia, vertiendo lagrimas secas, inexistentes en su compañía; confesando sus martirios, sus suplicios, sus delirios; apreciando su natural belleza, puesto que aun por sí misma, carente de fulgor, es capaz de brillar. Amándola y odiándola por su lealtad, benevolencia, bondad; siéndole infiel en ratos ante el ardiente, cegador resplandor del astro rey, mas llegado el momento con sincero arrepentimiento, ofrece insulso juramento de falsas, dañinas promesas a su única y verdadera amada, la cual siempre lo ha acompañado sin recompensa alguna más que disfrutar su presencia. El mundo bajo llanto inconsolable de rencor y desprecio jura a la Luna que en algún momento no tan lejano poseerá la valía, gallardía, necesaria para tomar los hilos de los cuales tiende su voluntad y de tal forma será capaz de marcar la senda de su propio camino, que guiará su amor. No obstante, la Luna tiene por claro que aquello que le ofrece su amado es imposible, sin embargo, impulsada quizá de manera involuntaria por su amor inconmensurable, asiente con firmeza a cada palabra que escucha y cuando le es posible aporta unos cuantos versos a su poema de amor fantasioso, con el anhelo de curar el dolor que posee a su amado.

El mundo pareciera desear extinguirse al revelarsele en sus momentos de imperceptible desolación la verdad irrefutable, absoluta que reza de manera estruendosa, resonante, inevitable y perturbadora el que jamas será lo suficientemente egoísta para amar.

El mundo con el fin de hacer frente a la verdad, pareciera desear ser lo suficientemente egoísta para dar fin a todo el sufrimiento que engendra. En las pupilas perdidas del mundo se refleja su tormento; en lo más profundo de su ser se aprecian sus pensamientos de soledad, las proliferantes sombras irreales, concepciones y engendradoras de dolor; todas ellas semejantes y contrastantes a la realidad que cincela la vista. 

El mundo pareciera desear esfumarse como el polvo de ilusiones lo hace ante el vendaval de las tristezas.

Las sombras proliferan, ejercen una sobrepoblación de torturas.

Las sombras sufren y son asesinadas por la hambruna que procrea el añorar su presencia.

Las sombras enfermizas mueren por la adicción de la dañina droga de su recuerdo.

Las sombras engendran torrenciales diluvios por el deseo de escuchar la voz de su redención, mientras otras, impotentes ante tanta desdicha crean desiertos de desconsuelo.

Todos los días son días de guerra entre la esperanza y la resignación.

El mundo tiembla, se quebranta ante el remordimiento de la culpabilidad.

El mundo se ahoga en las lágrimas de sus penas.

El mundo pareciera querer dejar de existir; cubrir, dar calor a sus sombras con el manto penumbroso del abismo; difuminando con lentitud los seres en la indiferencia; apagando, extinguiendo con delicadeza, cada llamarada; disfrutando, deleitándose, con el umbral de la cumbre.

El mundo, o al menos mi mundo pareciera desear morir.

Quizá la única solución sea rezar, mas toda mi fe ha sido consumida por las impetuosas flamas del infierno de las desgracias.

No necesito un milagro, necesito un hecho y sé que jamás ha de suscitarse.

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