Tengo una jaula


Tengo una jaula

Tengo una vieja, sucia, oxidada, lúgubre, desolada e inmensa, jaula. Bañada en polvo, adornada de moho, que guarda el vacío. Su puerta ha quedado soldada, jamás la he utilizado, jamás la he abierto.

Tengo una jaula vieja y mediocre, cuyo retrato refleja el rostro de la soledad y lo cruel que el rencor del tiempo puede llegar a ser. Una enorme y espantosa jaula, que pese a no tener recuerdo distinto al que su presencia me muestra, me resulta agradable en ocasiones, la ironía que engendra el imaginar, que alguna vez fue hermosa, un palacio al cual toda ave deseaba residir.

Tengo una jaula vieja, ruin. En ocasiones la repudio por su desagradable e infame presencia, que ruega, implora con irritantes alaridos incesantes, piedad, compasión, e intento deshacerme de ella, arrojarla a los vertederos, al inmenso mar, verla consumirse en el más abrazador horno, romperla, destrozarla con mis propias manos, despedazarla, con el fin de no verla jamás, mas imposible me resulta, es lo único que tengo, el único recuerdo que me queda.

Tengo una inútil jaula cuya deprimente presencia me mata, con la tortura de no saber si amarla u odiarla. Cuanto añoro aquellos ayeres en que me desentendía de su existencia, de su propósito, aquellos ayeres en que no la concebía, cuando era menos inservible que ahora. Cuanto deseo nunca haber padecido ante la envidia a lo desconocido, engendrando la necesidad del egoísmo, necesitando tener un prisionero. Cuanto me duele el pensar que alguna vez me empedernecí al capricho de guardar en ella, cualquier ave, con el fin de no sentirla vacía. Cuanto me desgarra el haber soñado con poseer el ave más hermosa del mundo.

Tengo una miserable, desdichada y espantosa jaula, cuyo único posible dueño pudo haberla embellecido, consolado. Un pequeñísimo jilguero de matices azules, un tierno jilguero cuya inmensidad residía en lo estruendoso, solemne y magistral de su cantar, una melodía capaz de invocar la primavera, de alegrar al mundo. El único capaz de llenar la inmensidad de la jaula 


Tengo una vieja jaula cuyo único dueño es un diminuto jilguero. Aquel por el cual la jaula aún llora, aquel por el cual se siente tan sola. Aquel mismo jilguero que en mi vida se presentó en tres ocasiones: en la primera me ilusionó, en la segunda me enamoró y en la tercera renuncie a él. Quizá la inmensidad de mi jaula no sería suficiente para él y sufriría. Quizá lo penumbrosa de la jaula lo entristecería y sufriría. Quizá la seguridad de la jaula no sería lo suficiente, alguien lo dañaría y sufriría. Quizá preso en la jaula añoraría la libertad y moriría o quizá habiendo muerto yo, se quedara esclavizado y moriría.


Tengo una desolada jaula, a la cual frecuenta mi mirada, mas no por ella sino porque su silueta trae a mi memoria el recuerdo de aquel lindo jilguero, entonces me entristezco y lloro, y me desprecio por no haber hecho lo que necesitaba, lo que necesito, por ser cobarde y no esclavizarlo, pero pasado tiempo, la culpabilidad seca mis lagrimas y orgulloso me siento por no haberlo hecho, me reconforta el pensamiento de que es libre y si no lo es, al menos no soy yo la causa de su dolor.


Tengo una triste, deprimida, desolada jaula vieja, que llora en compañía del día y que solo la luna consuela. Una jaula que al igual que yo, sueña con poseer al jilguero, escucharlo cantar, apreciar su hermosura y ser victima de su alegría y sufre por saber que nunca pasará.

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